Manuscrito encontrado en Zaragoza (versión de 1810), de Jan Potocki


Todo aficionado hardcore a la literatura fantástica y sus derivados, así como los entusiastas del terror, ha escuchado, en alguna ocasión, sobre la famosa Manuscrito encontrado en Zaragoza, escrita por Potocki. Este “manuscrito” no es exactamente eso, sino que se llama así porque el autor utilizó un recurso literario muy socorrido en el S. XVII, y que muchos reconocerán en obras como el casi nada reconocible Quijote. No es fortuita la relación. Ese recurso motiva la “confusión” del lector haciéndole creer que el nombre que aparece en la portada del libro no es el del autor sino el del traductor o el copista. Potocki presentó su inmortal novela de esta manera para emparentarla con una tradición antigua, abundante e hiperbólica. Todo en el Manuscrito encontrado en Zaragoza es grandilocuente, intrincado, laberíntico. Como Marc Fumaroli anuncia en la presentación de este volumen, editado por la barcelonesa Acantilado, la novela fue escrita como un homenaje a la obra máxima de Cervantes, a quien Potocki admiraba. Aun así es difícil comparar una novela con la otra. Las separan los años suficientes para denotar cambios en los estilos y maneras de pensar, en las estructuras, tramas, historias y concepciones utilizadas en sus narrativas. Además, la novela de Potocki es una especie de gigantesca matrioska, esas muñequitas que contienen más muñecas en su interior, cosa que no sucede todo el tiempo en el Quijote, al menos no de la manera en que Potocki construyó esta versión. Hay, por supuesto, una obra anterior a Cervantes, y que utiliza un dispositivo muy similar. Si el lector recuerda Las mil y una noches, especialmente las versiones no recortadas, y no las de Burton o Galland, al leer El Manuscrito… no será coincidencia.

 
Importante tema, la versión. Son conocidas, principalmente, dos versiones de la novela, la de 1804 y la de 1810. No hay que preocuparse demasiado, puesto que no hay demasiadas ediciones de la novela en español. La de Alianza es una edición incompleta, y las de Pre-Textos y Valdemar son íntegras, aunque están basadas en la primera edición de la novela, cuya estructura era más caótica y mucho más sensual que la de 1810. Al final de la edición de Acantilado se menciona que la presente es una edición más recatada, mucho más cercana al neoclasicismo que al romanticismo más propio de las novelas góticas. Y es cierto, pues, a pesar de la desvergüenza de algunos de los diversos narradores, la novela, en su versión de 1810, cuenta con ciertas alusiones al comportamiento, la moral y los privilegios que deben seguirse para ser una persona correcta, casi ejemplar. Sin embargo, el Manuscrito no es una novela al estilo de Samuel Richardson, ni es una especie de Nueva Eloísa gótica; por cierto, tampoco me atrevo a decir que ésta sea una novela gótica o de terror al uso. Comparándola con otras grandes obras del género, y de la época, lo que escribió Potocki es algo mucho más extraño.
Rara avis, sin duda. Y, como toda rareza, algunas de sus características son deliciosas. Me atrevo a celebrar con pompa y fuegos artificiales la publicación de esta edición a manos de Acantilado, ya que, aunque no es una editorial centrada en el género, ya nos ha regalado ciertas ediciones magníficas de autores fantásticos. Viene a mi mente Los musgos de una vieja rectoría, de Hawthorne, cuya edición integra todos los cuentos, a comparación de la de Valdemar, que sólo recopila los relatos terroríficos. Por ello es importante informarse muy bien antes de hacer una compra como esta. Los libros no son baratos, ni en Acantilado ni en Valdemar, y hay que estar seguros de lo que se quiere o necesita. Conseguir el Manuscrito encontrado en Zaragoza en la editorial Acantilado significa acceder a una concepción diferente: esa novela total escrita por un erudito de vida extravagante y estrafalaria, ese mítico polaco llamado Jan Potocki. Leer esta edición significa trascender el mismo género de “terror” o “novela gótica” y degustar una amplia gama de sensaciones, técnicas e historias edificantes, decadentes, terroríficas, moralistas, filosóficas, fantásticas, familiares, dramáticas, rosas, de aventura, de misterio, neoclasicistas y románticas, entre algún otro tipo que se me haya escapado.
Los españoles dirían que esta edición es una “salida de madre”. Lo suscribo, cuando la lectura comienza, de pronto no se sabe con exactitud qué esperar. El amplio apartado de notas permite observar las características extrañas de esta novela que toma a España como locación “exótica” para contar su(s) historia(s). De inmediato se comprende que la geografía de Potocki no es una geografía estricta sino más bien fantástica, o absurda. Constantemente los distintos puntos son cambiados de lugar, se integran calles inexistentes a ciudades bien conocidas, o se habla de invenciones tomadas como locaciones verdaderas. Lo que está haciendo Potocki, y lo demuestra, no es una novela realista; el realismo le importa demasiado poco, lo que quiere mostrar es otra cosa: su ingenio, su erudición, su necesidad de narrar, sus historias recopiladas a través de su aventurera y agitada vida. Dudo de que la intención general de la obra haya sido edificar al lector. En Potocki no se encuentra a un moralista; el neoclasicismo ha pasado por él, se ha integrado, pero también ha sido arduamente criticado. Es posible que esto se deba a la muy en auge corriente de literatura gótica. Más de cuarenta años llevaban los hijos de Walpole, Lewis, Maturin y Shelley haciendo estragos.
Jan Potocki

Si bien es cierto, hay enormes diferencias entre algunas predecesoras (si es que situamos a la novela solamente en la historia de la literatura de terror) y el Manuscrito encontrado en Zaragoza. No digamos ya El Castillo de Otranto, pero sí pensemos en Los misterios de Udolfo, larguísima novela gótica de situaciones, muchas veces, ridículas, o en El italiano, de la misma autora (Ann Radcliffe, a quien Jane Austen le dedicara una irónica y gótica novela, La abadía de Northanger) y después léase la obra de Potocki; entonces uno podrá darse cuenta de que el salto es insalvable. Aquí no sólo habita el terror, también lo hacen El Decamerón, Las mil y una noches, La divina comedia, El Quijote, entre otras, que charlan constantemente con las historias esparcidas y multiplicadas, cual fractal, durante toda la extensión del Manuscrito.
Vathek, la novela de William Beckford, y sus episodios, podría estar más cerca, en cuanto tono,
a la obra magna de Potocki. Se nota que para los europeos de aquella época aún resonaban las pisadas de libros como El Amadís de Gaula, Palmerín, Tirante el Blanco, El libro de Apolonio, etc. Los europeos estaban acostumbrados a situar en “costas lejanas” la acción de sus novelas, especialmente las más estrambóticas, como en el caso de las novelas de caballería. Durante el auge del género gótico ya no será Grecia ni el mundo antiguo, sino la España morisca del Cid y de los bandidos, y la Italia de Orlando, de Dante, de Petrarca y Bocaccio. Y, por supuesto, para Beckford y para el mismo Potocki, no será suficiente con los países “exóticos” de Europa, porque también se recurrirá a los países regidos por el Islam, esa religión aún concebida como del amor, la del exotismo y las costumbres inquebrantables, aunque bárbaras.
El rumor de Vathek resuena en El manuscrito, tanto así que todavía se escribirán algunas otras obras inspiradas en estas temáticas orientalistas. El mismo P.B. Shelley escribirá, entre otras, su famosa Zastrozzi. Pero, aunque son del mismo año, no puede compararse la narrativa aún juvenil del poeta inglés con la magnífica erudición del noble Potocki. En Potocki pareciera no haber pretensiones de ningún tipo, y aun así las tiene todas. El polaco es un hombre de su tiempo, un hombre que busca incansablemente el conocimiento, que sirve a los demás, un hombre político y social, un erudito, un escritor de libros de viajes, un severo crítico y un grandísimo observador. El renacimiento aún no se ha extinguido en su espíritu, y resuena con furia en cada historia del Manuscrito.
Creo que la mejor manera de entrar ante la vorágine de historias, lugares y anécdotas riquísimas de esta enorme novela es así, de manera llana, sin saber gran cosa de ella. Podría llevarse una decepción el lector si piensa que se desarrollará la historia del oficial Alfonso van Worden de manera lineal. En cierto punto, la historia “principal” deja de tener mucho sentido, y la mejor manera de seguir la narración proteica es, simplemente, dejándose llevar. Es inútil guardar en la memoria cada detalle de cada historia; algunos personajes terminarán por confundirse, el lector tendrá dificultades para recordar en dónde había dejado la lectura, o en qué momento de la historia se encuentra Alfonso van Worden; es fácil sentir que la novela no va hacia ninguna parte, pero esto no resulta tan malo. Cada jornada y cada historia pueden ser tomadas casi como un cuento aparte; aquí tiene más peso el placer de narrar y de leer eso que se narra, aunque no se vea la intención de mejorar la historia principal.
Manuscrito encontrado en Zaragoza (Versión de Valdemar)
No sé si la rareza que ha editado Acantilado sea tan impresionante y magnífica como la obra magna de Cervantes; las dos novelas son diametralmente distintas. Lo que sí creo, y se constata en cada página, es que Potocki ha dejado para la posteridad una novela interesantísima, extraña, exagerada, tétrica, neoclásica, gótica a veces, proteica y hasta sublime. El Manuscrito encontrado en Zaragoza trasciende el género gótico y se convierte en una obra universal, como aquellas que tanto le gustaban a Borges, esas obra que, aunque pasen los siglos, se seguirán leyendo con igual interés.

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